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Mark: ecos de la historieta argentina

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Cuando era pequeño veía pilas y pilas de aquellas historietas junto a la cama de mi tío Rodolfo o en las manos de mi padrino Orlando. Unas revistas anchas, repletas de páginas tan delgadas como el papel de fumar y portadas tremendamente llamativas. Eran historias para “adultos” y tenía que mirarlas desde lejos, porque en su interior podía pasar cualquier cosa: desde escenas amorosas, cruentas batallas o diálogos algo maduros para que un niño los entendiera al cien por cien. Pero no pudieron esconderlas demasiado bien ¿o querían que las encontrara? Lo cierto es que siempre que podía me las ingeniaba para leer algún ejemplar y dejarme cautivar por historias con un sabor muy diferente al que estaba acostumbrado. Orlando siempre me hablaba de ellos como si se trataran de sus amigos más íntimos, una sensación  fascinante para un niño que encontraba en aquellos “adultos” reflejos de sus anhelos y fantasías secretas. Incluso mi padre, que no es precisamente un amante de los tebeos, me hablaba sobre las andadas del solitario cowboy Jackaroe.

Una de las primeras páginas de Mark

Los protagonistas eran personajes muy distintos a los superhéroes; estos sangraban, lloraban y padecían como cualquiera de nosotros y, por supuesto, no llevaban capa ni trajes de colores chillones. D’artagnan Nippur Magnum albergaban más de media docena de ellos, tipos duros dispuestos a descubrir cientos de mundos y luchar por lo que creían justo. Podías conocer tanto a piratas como a agentes secretos, enamorarte de mujeres fatales o de encantadoras doncellas, subirte a lomos de un corcel o viajar en la más sofisticada nave espacial. Todo cabía en los personajes de la Editorial Columba, hasta el precio de la inmortalidad, uno de los buque insignia del cómic argentino desde 1928 hasta su desaparición con la crisis del nuevo milenio.

Los años pasaron, mientras seguía escabulléndome a la habitación de mi tío para leer las aventuras de Nippur, Dago y Pepe Sánchez, hasta que pude comprarme mi primer ejemplar, aprovechando el tibio renacer de la empresa. La reedición de sus principales personajes me estaba dando la oportunidad de seguir desde el principio el que se convertiría en uno de mis personajes favoritos y no la iba a desaprovechar. Mark era un tipo grande y fuerte, parco en palabras y siempre con la melena al viento. Un superviviente del mismísimo apocalipsis dispuesto a todo con tal de salvaguardar los restos de la humanidad. Inspirada en la película The Omega Man que en 1971 protagonizó Charlton Heston, film que a su vez era una adaptación de Soy leyenda,  la novela de Richard Matheson ya analizada en La Milana Bonita, la historieta partía de la misma premisa pero con sus diferencias, como no podía ser de otra forma.

La historia

La serie se ubica en un futuro en el que la civilización ha sido arrasada por el desastre nuclear tras el cual los sobrevivientes quedan divididos en tres grupos: los humanos, los mutantes devorados por la nube de gas radioactivo que ha desfigurado sus cuerpos y los “elegidos”. De entre los escombros Mark emerge de su tumba para comprobar cómo sus padres han fallecido para que él sobreviva. A partir de ese momento el muchacho se refugia en las montañas hasta que llegue el momento en que se sienta preparado para recorrer los caminos de ese nuevo mundo. Robin Wood y Ricardo Villagrán concibieron no solo uno de los emblemas de Columba, sino uno de los personajes más queridos por los lectores. Junto a Hawk protagonizaban historias repletas de acción, camaradería y una sutil crítica sobre las clases sociales, el poder y la supervivencia del más apto.

Mark y el inseparable Hawk

Mark sería reeditado en los años noventa hasta que en 1998 apareció Mark 2, esta vez con Pablo Munn en los guiones y Sergio Ibáñez en los dibujos, en una etapa tan breve como poco recordada. En el año 2000 Columba apeló nuevamente a los episodios originales de Mark, Nippur y compañía en un último esfuerzo por sobrevivir, aunque el intento no duraría demasiado.

Vamos terminando…

Cuando mi tío partió su colección pasaría a mis manos, docenas y docenas de números inconexos de Gilgmaesh, Dennis Martin y Savarese. Una herencia que se vería descompensada por el extravío, entre mudanza y mudanza, de mi pequeño surtido de Mark. Resulta curioso pero hoy no poseo ni tan siquiera una copia en mi biblioteca, lo que no ha restado ni un ápice mi devoción por el personaje y los siniestros mutantes encapuchados. Recuerdos de la infancia que mi padrino Orlando se resiste a dejar ir. Y es que sé de buena mano que él sigue contándole a su hijo las aventuras de Dago como si este fuera un personaje histórico, de carne y hueso, con la misma pasión de siempre. Después de reflexionar sobre el tema y escribir este pequeño homenaje no puedo dejar de preguntarme: ¿Volverá el cómic argentino a disfrutar una época similar? Y si lo hace ¿será con aquel éxito y autores de semejante calidad? ¿Regresarán Mark y compañía algún día?



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